Y a pesar del dolor no odiamos, ni pedimos venganza. No hay venganza que pueda regresar de la muerte a los hijos de las madres, a los amantes, a los padres que se fueron sin poder dar el abrazo a sus pequeños, o a los hermanos y los amigos. Solo el amor y el recuerdo los traen de vuelta, por un segundo, como en un sueño.
En nosotros vive el deseo de que acabe ese odio. Porque la misma miseria humana que hace a algunos limitar los medicamentos y la comida para sus semejantes, fue la que hizo que explotaran los aviones. Qué importa si estallaron sobre el mar, como en Barbados, o sobre un edificio lleno de gente, como en New York. Da igual, porque es el odio el que sirve de coraza protectora a los verdaderos culpables, el odio y la ambición y el egoísmo.
No existen las fechas. Para quienes sentimos como en carne propia las lágrimas que aún se derraman, cada día es recordatorio; cada día es la esperanza de que, finalmente, vuelva a reinar el amor.
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