Se levanta cada mañana como todo el mundo, y como todo el mundo sale a vivir el día. Nada lo diferencia de los otros que esperan la llegada de una guagua para ir al trabajo. Su rostro se confunde con el de ellos, aunque su nombre sea bien conocido; es uno más entre la multitud.
Si algo lo distingue quizás, son sus ojos. No hay fuerza externa capaz de apagar la mirada inquisidora de un periodista, ni siquiera el tiempo. Lo digo con propiedad, porque he visto muchos longevos colegas que conservan en sus ojos un brillo especial; uno que viene de esa necesidad infinita de conocer, de estudiar la realidad. Cuando se lleva bien adentro la profesión -o el oficio para no entrar en contradicciones- se aprende a cada instante y no se envejece, solo envejece verdaderamente aquel que muere dentro.
Quienes lo conocieron de niño saben que siempre fue el inconforme, el preguntón, y a la vez el primero en ayudar, en reconocer sus errores, en elogiar las cosas buenas.
Y con los años, a fuerza de vivencias y libros, se le va templando el carácter y acrecentando la imaginación; porque el periodista, como el escritor, también necesita de mundos paralelos, mundos llenos de palabras y colores con los que luego pintará el mundo real para que los demás reparen en él, en las pequeñas cosas habituales y las miren como si fuera algo nuevo, desconocido.
Arden en su pecho las palabras de Martí, las asume con el compromiso de honrar a quien fuera un excelente periodista y de respetar a quienes dirige su trabajo: “No es el oficio de la prensa periódica informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afectos o de adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos; tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas felices, someterlas a consultas y reformarlas según ella; tócale en fin establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el país la respete. Tiene la prensa periódica altísimas visiones: es la una explicar en la paz y en la lucha fortalecer y aconsejar…La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante: es proposición, estudio, examen y consejo”.
Por ello, se haya graduado o no con ese título, el periodista sale a la calle y vive el día como los demás, con sus altas y bajas; es, tiene que serlo, un hombre de su tiempo. Sobre sus hombros siente feliz el peso, la responsabilidad de promover el cambio, y cada mañana se lanza a la aventura, siempre con el espíritu de construir un mundo mejor.