Monday, August 27, 2007

lunes 27 de agosto

Eran las diez de la noche cuando salió el ómnibus. El recorrido era largo y las ansias de llegar hacían que cada segundo transcurriera lento, pesado; como si los 34 pasajeros no estuviesen dentro de un carro, sino en un reloj de arena escuchando caer cada granito marcando el tiempo. Su destino era el Milagro.

Por la oscura carretera van dejando atrás los paisajes más o menos conocidos. Es difícil dormir con tanta agitación, con esa mezcla de incertidumbre y esperanza que parece una espina clavada en el pulmón y entrecorta el aliento. Tampoco duermen en la aldea, allá en el municipio Concepción, en Honduras. Los vieron partir y ya quieren que estén de regreso, con la definitiva luz en la mirada.

Cerca de la una y treinta los viajeros llegan a la Esperanza, descansan unos pocos minutos y siguen camino a Tegucigalpa, serán tres horas más, pero bien vale la pena. Los médicos cubanos, los dos que van de pie acompañándolos y los que hicieron el “pesquisaje”, les han dicho que volverán a ver, y esa sola idea les hace volar el corazón de dentro del pecho.

En el “bus” a veces se escucha un murmullo que trae palabras de desaliento, pero no dura mucho, ninguna tiniebla es más fuerte que la claridad que viene de la hermandad y el amor.

Es así que logran sobreponerse a los miedos y concluye la travesía por los peligrosos caminos de la geografía hondureña. Ahora solo falta esperar que llegue el alba. Con el amanecer vendrá la última parte del viaje, durante la cual también serán guiados por las manos amigas de los médicos cubanos, holguineros.

El destino es el Milagro y está ahí mismo, casi puede sentirse, viene vestido de rayito de sol y alumbra ya en las pupilas.