Thursday, April 19, 2007

jueves 19 de abril

Toda la ciudad se ha mudado al norte, junto al mar azul y el malecón de Gibara. Toda la ciudad y mucha, mucha gente de todo el país que se hacen acompañar de otros que tratan de dominar el español y hasta el “cubano”.

Los convoca el cine, pero todos sabemos que ese es el pretexto. La verdadera razón por la que vienen es para disfrutar de una fiesta única en un pueblo que es por sí mismo, cinematográfico, con esas calles desiertas, su aire fantasmal, su olor a salitre y pescado.

Cine Pobre es libertad. Se respira desde que comienza abril y el ajetreo de los preparativos, mezclado con los olores habituales de la Villa Blanca. Se siente luego en cada calle, en la gente que deja atrás prejuicios y temores y echan a volar las ganas disfrazadas de cantos, tragos y bailes. La libertad que brota de las creaciones que traen como carta de presentación algunos y la que se transpira en las obras que surgen en medio de esta libertad que es Cine Pobre.

Aquí ya no hay más distinciones: los famosos salen a la calle como completos desconocidos, como gente común que se admira de la obra colectiva que es siempre mayor. Por eso es posible ver a Nelson Domínguez, Alicia Leal o Enrique Pérez Alonso, pintando camisetas en medio de la calle, mientras otros dibujaban lienzos tendidos sobre las aceras.

Y entonces nacen figuras en los árboles y muros del parque; los performances hacen aparecer personajes como salidos de un sueño muy raro, o una película, que a veces es lo mismo; surgen nuevos “telones” y de las ramas cuelgan por igual sillones de mimbre y carretas de trabajo luciendo coloridas flores.

Lo bello del Cine Pobre es que es para todos. Por eso los gibareños, cuando finalmente deciden habitar su ciudad, se detienen a que les dibujen sus camisetas, o sencillamente disfrutan el espectáculo aún montados en sus bicicletas, mientras Deep Purple se escucha en el fondo.

En las salas oscuras hay películas realizadas con bajos recursos y con un discurso alternativo, pero ese es solo el pretexto. El verdadero Cine Pobre es la gente, y esas pueden estar a la vuelta del malecón, en el concierto, o en las carreteras, tratando de conquistar su pedacito de libertad para no dejar morir las almas.

Tuesday, April 10, 2007

martes 10 de abril

Nunca había estado en uno de sus conciertos y tampoco en ese sitio de la ciudad; así es que descubrirlos a ambos resultaba inquietante. Luego fue definitivamente grato.

Gerardo Alfonso parece una de esas criaturas que dicen que abundan en los campos de Cuba. Güijes, les llaman; aunque en todo caso él sería un güije muy educado, un duendecillo enamorado de la vida. Basta escucharlo decir unas palabras y uno comprende inmediatamente por qué sus canciones llegan tan hondo: no hay artificios, es un artista sincero y en cada canción desnuda un pedacito del alma.

A la Sandunguera: El templo de la cubanía, el nombre le queda grande; sin embargo no es el sitio deprimente que algunos dijeron. Un cabaret sui géneris, un espacio cómplice para disfrutar conciertos como este, aunque reconozco que preferiría un teatro.

De todos modos ese ambiente de cine antiguo acogió de manera excelente un concierto especial. Un encuentro donde se dieron la mano las antológicas canciones del catautor, con las de su último disco: A orillas del mar.

Un concierto es una oportunidad única. Un puente mágico se teje entre quien canta y quienes lo escuchan. Para mí fue encontrar a un Gerardo de carne y hueso con muchas más cosas que decir que aquellas ya descubiertas en la soledad de mi cuarto.

Sus nuevos ritmos, experimentación, la calidad del joven grupo y su siempre singular visión de lo cotidiano, me hicieron lamentar que todavía propuestas como estas no se acompañen de la promoción justa; o que los precios módicos de su discografía aún no sean tan módicos para algunos bolsillos como el mío. Pero de cualquier manera valió la pena ir, ser testigo del verdadero arte y volver a casa todavía cantando Quisiera, quisiera, quisiera