La música y las artes plásticas se dieron las manos para abrir paso a la literatura. Así comenzó en Holguín la decimosexta edición de
Y detrás de los artistas fue el pueblo, ese que verdaderamente inaugura. Ungiendo con sus ansias de un libro cada stan, kiosco, tienda.
La tarde de ayer fue una tarde de versos e historias. La eterna Dulce María Loynaz se mezcló con los más jóvenes narradores y todos habitamos en un mundo que bien pudiera llamarse Garabulla, o el país de Alicia.
Los más chicos buscaron hasta tarde sus personajes favoritos, los adivinaban tras la carátula de este o aquel título; sabían que serían grandes amigos una vez que abrieran las páginas.
Cuando yo tenía tres años no existía este carnaval de libros, esta puerta abierta a la imaginación de otros que tanto hace crecer la nuestra. No existía, pero igual me seducían las aventuras de un travieso gatico llamado Minú, igual quería descubrir cómo había sido el hombre de
Pero aunque comencé a leer temprano muchas veces el cansancio cotidiano me ha impedido viajar libre hacia esos otros sitios, ser esas otras personas. Por eso a veces siento que me falta tiempo, que hay tanta sabiduría en los libros que no puedo retener; sin darme cuenta que no se trata de poseerla, sino de vivirla.
Hoy mucha gente sale a la calle a buscar, como alguien dijo una vez, alimento para el alma. Tal vez algunos de esos amigos que esperaban impacientes para contarnos su historia, duerman por mucho tiempo en un estante, víctimas del snobismo, o de los que como yo, a veces nos inclinamos hacia delante por el peso de la gravedad. Pero serán muchos más los que salgan del papel a poblar el mundo, y crecerán los versos en los pechos de los hombres, y también ellos se empinarán hasta sentir, que pueden tocar el cielo.
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