Nunca había estado en uno de sus conciertos y tampoco en ese sitio de la ciudad; así es que descubrirlos a ambos resultaba inquietante. Luego fue definitivamente grato.
Gerardo Alfonso parece una de esas criaturas que dicen que abundan en los campos de Cuba. Güijes, les llaman; aunque en todo caso él sería un güije muy educado, un duendecillo enamorado de la vida. Basta escucharlo decir unas palabras y uno comprende inmediatamente por qué sus canciones llegan tan hondo: no hay artificios, es un artista sincero y en cada canción desnuda un pedacito del alma.
A
De todos modos ese ambiente de cine antiguo acogió de manera excelente un concierto especial. Un encuentro donde se dieron la mano las antológicas canciones del catautor, con las de su último disco: A orillas del mar.
Un concierto es una oportunidad única. Un puente mágico se teje entre quien canta y quienes lo escuchan. Para mí fue encontrar a un Gerardo de carne y hueso con muchas más cosas que decir que aquellas ya descubiertas en la soledad de mi cuarto.
Sus nuevos ritmos, experimentación, la calidad del joven grupo y su siempre singular visión de lo cotidiano, me hicieron lamentar que todavía propuestas como estas no se acompañen de la promoción justa; o que los precios módicos de su discografía aún no sean tan módicos para algunos bolsillos como el mío. Pero de cualquier manera valió la pena ir, ser testigo del verdadero arte y volver a casa todavía cantando Quisiera, quisiera, quisiera
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